sábado, 17 de octubre de 2009

Las palabras de Albus Dumbledore

Hace unas semanas --creo que dos; coño, parecen muchas más-- acabé de leer el séptimo libro de Harry Potter. No ocultaré que siento cierta debilidad por esta saga, que, sin ser literariamente excelsa, contiene varias ideas valiosas y más sabiduría estilística que la media de su sector (me refiero al "libro de masas", desde los best-sellers americanos de los 80 hasta El Nombre de la Rosa). Pero hoy no me voy a dedicar a hacer apología del potterismo (para desventura de sus detractores); hoy sólo voy a citar las palabras de uno de los personajes, unas palabras que llevan dos semanas viniendo una y otra vez a mi cabeza.

Antes de continuar, eso sí, advertiré que alguien puede considerar que el texto que sigue contiene spoilers. Yo no opino así: creo que la escasa información que necesito proporcionar es irrelevante para el argumento. De todas maneras, si uno se sabe sensible a este tipo de cosas, queda invitado a dejar de leer. Gracias.

Pues sucede que en un momento dado en ese séptimo libro, el amigo Potter tiene un breve encuentro con Albus Dumbledore, sabio y poderoso mago y director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Por motivos que no revelaré, parece obvio que tal encuentro es o bien una alucinación o bien una situación netamente sobrenatural. Cuando la escena está por terminar, el muchacho le pregunta a Dumbledore: "Sólo una última cosa: ¿es esto real? ¿O es algo que está pasando dentro de mi cabeza?". A lo que el anciano responde, sencillamente:

"¡Desde luego que está pasando dentro de tu cabeza! ¿Pero por qué narices debería eso significar que no es real?"

 ¡Qué gloriosa lógica! No puedo evitar pensar en Michael Ende, cuando decía que la Historia Interminable se seguía escribiendo todos los días, siempre que alguien continuara imaginándola. Lo que ambos nos quieren decir con esto es que, aunque la realidad está compuesta de hechos (los hechos los podemos compartir, podemos hacer que influyan a otras personas, los hechos cambian la realidad, le dan forma), hay una cantidad de cosas importantes que sólo están al alcance de nuestra mente; nunca suceden en otro sitio, y nunca las encontraremos fuera de ella. Por ejemplo: la posibilidad de imaginar una realidad distinta (eventualmente, una realidad mejor); por extensión, también las razones por las que querríamos que fuese distinta. Muchos actos de "dejar volar la imaginación" contienen ese tipo de semillas; son, entre otras muchas cosas, indicaciones de cómo queremos que sea la realidad. Lo que hay que hacer es abrir los ojos; verlo. Ejercer ese sencillo acto de valentía que consiste en admitir que eso es lo que queremos. Después, lo que queda siempre es la parte fácil: sólo hay que mover los brazos, convertirlo en hecho. A veces este último paso es trabajoso, pesado de llevar; pero si la idea que hay detrás, ésa que sólo existe en nuestra cabeza, es poderosa, entonces encontraremos la fuerza para hacerlo. Oh, sí. Lo que sucede en la cabeza es relevante, y real como la vida misma. De hecho, en algún sentido, es ella: la vida misma.

Minipunto para J.K. Rowling.

domingo, 4 de octubre de 2009

Cosas que agradecer a las tortugas

Hasta hace poco, yo no tenía cuenta de facebook. Pero si la hubiera tenido, y si hubiera existido un grupo llamado "Todos esos jovenachos pop español jamás darán al mundo nada más que náuseas", juro que me habría convertido en su paladín y cruzado. Pero la realidad no tiene misericordia de nadie, ni siquiera de los idiotas. Así que tuvo que venir Apa un día y enseñarme esto, firmado por unos seres humanos que hácense llamar Vetusta Morla:



Seré claro: no sé si lo que esta gente hace es exactamente pop, o rock, o pulch o mundungus; cada día, la verdad, me interesan menos esos afanes de bibliotecario que buscan poner nombre a todo, y que en arte tienden más a fracasar que a aportar directrices útiles. Al final, lo que tienes es el producto, ¿no? Y el producto puede ser o bueno o malo. Lo terrible de gran parte de la música actual es lo mala que es, no el nombre que lleva.

Pues bien, entonces: ¿qué hay en La marea, de Vetusta Morla, que la hace digna de mención? Una cosa muy simple a la que, en general, se le hace poco caso: po-e-sí-a. Y qué es poesía, becquerianamente preguntamos; pues poesía es usar las palabras no para transmitir datos, sino para crear emociones. Habitualmente, ambas cosas están relacionadas; quiero decir que es lógico crear alguna emoción si uno describe la agonía de un pez abandonado fuera del agua y que se está asfixiando. Ahora: hay cierto género de poesía, la que es, yo creo, más auténtica, la que es poesía en estado puro, en el que uno no puede encontrar esa correlación. Analizamos los datos y no hay nada especialmente emocional; pero al imaginar la sucesión de imágenes que el poeta propone, aunque la información no describa una situación específicamente emocional, aparecen emociones. Eso es poesía. Y eso lo tenemos en La marea; y por todas partes, por cierto. No evitaré recomendar el estribillo, que es estupendo; y ojo, mucho ojo, a la estrofa que empieza con "La marea me dejó / unas conchas sin nombre": canela en rama.

Por eso, por todo eso, cinco bravos para Vetusta Morla: por recordarnos qué es la poesía; por demostrarnos que es posible hacerla en un contexto comercial; y por no cejar en tener buen gusto independientemente de los nombres. Bravo, bravo, bravo, bravo.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Rey del Pop

Caballeros,
de ley es tratar como nobles a los que poseen nobleza.



El rey ha muerto. Viva el rey.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Una cita de Borges

¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad.  --  Jorge Luis Borges

El maestro está, como siempre, sencillamente extraordinario. La idea que propone es prácticamente un juego de palabras y, como tal, no uno especialmente bueno. Él lo enuncia con naturalidad, como quien cuenta un chiste; pero lo enuncia. Deja la idea. Permite que ésta crezca, que sea la imaginación del lector la que la dote de alas o la deseche por petulante o insignificante. Es posible que él mismo no la considerara una frase digna de citarse. Quién sabe.

Pero a mí, personalmente, la sola idea de esa ficción me pone los pelos de punta. No consiste en imaginar una ficción en que la inmortalidad sea posible; no consiste siquiera en plantearse si la inmortalidad es deseable o si, como muchas veces se ha pensado, acaba convirtiéndose en una carga intolerable. Consiste en imaginar que el poder de darla resida en manos de un hombre, y que este hombre, convencido de que es una maldición más que una bendición, amenace con ella a sus enemigos: les amenaza no con un castigo concreto, sino con la imposibilidad de terminar. "Es irrelevante", piensa, "lo que hagan con su tiempo. Tarde o temprano simplemente querrán acabar", y ésa es la posibilidad que él les niega. Un castigo propio de un dios griego. Un castigo en el que quepan todos los castigos. A su lado, la idea de simplemente matar a alguien parece ridículamente infantil.